Era una época de transición, recién había caído el Muro de Berlín, el desastre tocaba a las puertas de los países comunistas, y el mundo se relajaba, tanto así, que el despelote trajo una epidemia que sacó los más bajos prejuicios de la sociedad occidental.
Yo por aquellos días ya había aceptado mi tetraplejía, y ayudaba en la casa hogar que me acogía. Me tocó compartír habitación con “Celeste”, un joven con SIDA (casualmente había una paciente mujer con el mismo nombre), era un momento en el que el virus era garantía de muerte y hacia estragos a mediados de los noventas. El hospicio donde vivía era para personas desahuciadas y sin familia, pero la epidemia empezaba a cambiar al tipo de pacientes. Yo era el único chico sin problemas mentales, por lo que al llegar Celeste, la directora pensó que sería el mejor anfitrión.Leer más »Mi amigo Gay