Eutanasia: “Vivir es un privilegio, NO una obligación”

Vivir para muchos es intrascendente. ¿Como obligar a vivir a quienes por derecho ya no quieren existir? Los derechos no debiesen ser relativos, pero eso no importa, ni el sufrimiento, ni el dolor; al fin y de al cabo no lo sentimos cuando se trata de otro.

Ramón Sampedro

A mediados de los 90´s me enteré de la lucha de Ramón Sampedro por la eutanasia en España y Europa. Él, al igual que yo, se había lanzado al agua en un clavado fatal, él en el mar, yo en el desprestigiado lago de Amatitlán; él en La Coruña, yo en chapinlandia. Recuerdo que entonces, tras unos años de ser tetraplejicos, él quería morir y yo esperaba con ansias el nacimiento de mi primogénito.

Me simpatizaba. No era aquel tipo que satanizaba el estar inmóvil, era jovial, sarcástico, bonachón: el tipo de amigo que me hubiese gustado conocer. Simplemente quería partir, no le interesaba vivir con tetraplejía. Con admiración e indignación observé como se enfrentó a las cortes europeas en busca de su boleto al descanso, y como en nombre de los dogmas prejuiciosos de la sociedad se le negaba su libre albedrio. Quizá considero a este proceso la emancipación del fanatismo religioso occidental por encima de la lógica jurídica.

Una juez tuvo la misión de decirle que no tenía derecho a hacer con su vida lo que quisiera, que se privilegiaba la vida, que la muerte era de locos. Recuerdo enojarme, emocionarme de impotencia, mientras en la oscuridad de una habitación veía Antena 3 en la insipiente TV por cable; mi pareja dormía con su vientre nutrido por nuestro amor y su cuerpo era iluminado por el destello de la caja boba que me transmitía ingratas noticias. Sampedro dijo algo imborrable aquella noche para mi psiquis: “Vivir es un privilegio, NO una obligación”

Pasaron los años, y una buena tarde de 1998 en Ocurrió Así de Telemundo me enteré, el 12 de enero Ramón había encontrado vuelo, sus amigos habían logrado comprar un boleto en el mercado negro, en donde la hipocresía vestida de moral no podía cobrar su impuesto. Pensé: Lo lograste, que bien, que Dios te perdone.

Transcurrieron más años y en 2004 Alejandro Amenábar lleva a la pantalla grande la historia arropada con una magistral interpretación de Javier Bardem como Sampedro. El film llamado Mar Adentro fue multipremiado llevándose el Oscar a la mejor película en habla no inglesa. Religiosos y varias personas tetrapléjicas calificaron la cinta como apología del suicidio, descalificando el deseo del gallego, pues según ellos se puede ser feliz con discapacidad, cosa que Ramón nunca contradijo.

Acá una entrevista con un gran filosofo, Ramón Sampedro:

Valentina Maureira

Hace algún tiempo una niña de 14 años le pidió eutanasia a la presidenta de Chile por medio de un video. La chiquilla padecía de fibrosis quística, una enfermedad de mucho sufrimiento y sin cura.

La presidenta Bachelet visitó a  Valentina y le dijo que no se podía. En medio de lo mediático que se volvió el caso, la niña fue bombardeada por los detractores de la muerte asistida, realizando posteriormente varias entrevistas las cuales llegaron a ser manipuladas para decir que había cambiado de opinión, cosa que no dijo pues lo más cercano fue que quizá dudaba pero no le convencía.

Entrevista tergiversada. 

El respeto al derecho ajeno

Cuando falleció Valentina, a mi se me hizo un nudo en la garganta, se había ido en la edad de los ángeles. Mi tristeza es por no saber exactamente el porque de un gran sufrimiento de quien no ha hecho nada para tal castigo. Sé como cristiano que debo creer que hay un propósito, pero en el instante de saber una noticia como esta lo que aflora es el humano que soy. Leí comentarios que decían que había sido bueno el que no le hubieran concedido su petición, que era pecado; vino a mi mente lo ocurrido con Ramón Sampedro.

¿Cómo alguien que no sufre, no siente dolor físico ni psicológico, se arroja el derecho a ordenarle a otro ser que si sufre, que debe aceptar sufrir? Es hipócrita pues nunca sentirá lo que el otro siente.

Yo creo ser feliz, amo vivir, a mi tetraplejia no le pongo mucho coco, trato de enfocar mis pensamientos en todo aquello que puedo hacer, y como hacerlo mejor. A pesar de todas mis limitaciones, físicas y económicas, mi vida ha sido convencional, formé un hogar, tengo amigos, trabajo, una fe, me separé, he tenido novia, Etc. Todo lo anterior sin mover un dedo, pero ¿Eso me hace tener autoridad para obligar a una persona a ser feliz como yo? No. ¿Alguna persona sin discapacidad se atrevería a ser feliz en mi condición? Sería difícil para muchos, pero no los culparía si preferirían morir, todos somos diferentes y la felicidad es subjetiva.

Durante el relato que hice sobre Sampedro incluí deliberadamente instantes de mi vida, totalmente opuesta a la vida del gallego. Dos formas de ver la tetraplejia, quienes decidimos pelearle y quien decide no hacerlo. Un sacerdote tetrapléjico quiso hacer cambiar de opinión a Ramón, le visitó y lo que obtuvo de respuesta fue: “Yo no digo que todos los tetrapléjicos debemos morir, yo he dicho que Ramón Sampedro no quiere vivir así”. Es una máxima de quien tiene claras las ideas, de la madurez de una decisión.

Como tetrapléjico Ramón no me envió un mensaje negativo, al contrario me enseñó que el no movernos no significa aceptar lo que alguien sin discapacidad dictamine para mi vida por que eso “conviene” o es lo “correcto”, o hacer lo que la mayoría de PCD hace, pues dicen es lo que “debe hacerse”. Aprendí a tomar mis propias decisiones, a instruirme de la manera que pudiera, él como un simple pescador se enfrentó gallardamente a las cortes europeas con argumentos sólidos; no era abogado pero sus premisas jurídicas eran rebatidas con argumentos falaces, aquellos que empiedran el camino al infierno de las buenas intenciones. Yo como un carpintero en Guatemala me instruí como pude, leí todo lo que me hablara de computación, aun tengo una colección de revistas de tecnología que venían gratis en los periódicos de los 90´s, compre una enciclopedia por abonos aun y cuando me quitó dinero mes a mes para comer. Nunca pisé un centro de estudios que me enseñase computación, pero logré ser finalista de proyectos Web a nivel latinoamericano (claro, ahora que he podido ya he tomado cursos), Ramón se instruyó para morir y yo para vivir, ninguno de los 2 fue mejor o peor, simplemente fuimos diferentes.

Y aprendí que puedo aconsejar, pero jamás obligar a nadie a ser como yo. Pretender que mi felicidad debe ser la felicidad de todos es el alimento del fundamentalismo sectario, el que comienza criticando a quien no se peina igual, y termina cometiendo abominables crímenes en nombre de su felicidad a la que llama fe.

No sabría que sucedería si a mi vida se agregara el sufrimiento corporal, el mental lo sobrellevo y me acostumbre al dolor de espalda, pero el dolor como insoportable no sé como lo enfrentaría. Estoy a favor del libre albedrío, de respetar a quien no quiera vivir como yo, así como me gusta que me respeten mis ideas y creencias, de igual forma respetaré las ideas y creencias ajenas.

 

Hay solo una cosa que compartimos de igual forma con el gallego, el volar libremente en nuestros sueños en un mundo sin ataduras, y despertarnos en esta realidad.

 

De Byron Pernilla 

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