Hay una sensación que estruja el pecho, bueno, a algunos el estómago; y es pararse al filo de algún acantilado, un barranco; pudiese ser en lo alto de un edificio o a la orilla de un gran puente. El aire te provoca escalofrío y esa inmensidad de vacío estremece. ¿Por qué sucede? Es la consecuencia de sentirse pequeño.
Una buena autoestima no significa sentirte más que nadie, el sentirte superior como persona es una tonta y enfermiza altanería. Estar consciente de que no somos la causa de que el mundo gire no significa tampoco actuar como víctima para no hacer nada.
Los planes que a veces no entendemos
Estando muy enfermo por una infección, al parecer dengue, debí salir de mi home office, debido al medioambiente extremadamente caluroso que me provocaba una espantosa caída de presión arterial. Durante 10 días debí pasar desde muy temprano bajo un árbol en el patio de mi casa. El día que descubrimos la presión baja ya llevaba algunos días con una angustia que yo achacaba a mi gran congestión pulmonar, por la que me nebulizaba, pero no soportaba ver la pantalla de la PC y sentía a veces que me ahogaba.
El inició serio de la enfermedad fue una ingrata fiebre que no bajó con nada en más de un día. La doctora me dijo que en los momentos de crisis tomará Coca-Cola y que permaneciera en lugares frescos, esto pues este invierno parece un verano de película. En esos momentos tortuosos no quería estar solo, gracias a Dios siempre hubo alguien sentado a mí par, por momentos sentía que todo iba a terminar y llegué a platicar con el Creador y decirle que mi misión estaba cumplida.
Cuando fue cediendo la crisis, de pronto tuve conciencia de que estaba bajo una bonita sobra de un árbol, con mi silla un tanto inclinada hacia atrás, una botella de suero, una de gaseosa y un nebulizador, parecía la escena de unas vacaciones o la vida de un haragán un día lunes.
De pronto me entró la ansiedad de hacer algo y entré al área de trabajo, pero 10 minutos después tuve que escapar. Entonces me dijeron que no me preocupara, que mi gente movía el proyecto, que en la empresa seguramente y ni se daban cuenta de mi ausencia, mientras que a quienes verdaderamente les importaba, me necesitaban pero saludable.
Un tanto depresivo opté por descansar. De pronto recibo una llamada, del trabajo me dicen que las estrategias han funcionado, que la marca se ha posicionado bien en las búsquedas y que ha habido fruto, además de enviarme sus mejores deseos. Después recibo la llamada de un socio que dice que la idea de un libro que desarrollo está en fase final, que en unas semanas saldrá y que el solo revisarlo le había ayudado en su vida. Esa tarde me visitó una socia del proyecto, diciéndome que había contenido que se producía según yo había enseñado y que se revisaba de acuerdo a la metodología que les había compartido.
Hubo una llamada que movió mis sentimientos, se trata de un matrimonio que me dijo me tenían en oración. Recuerdo que ellos estuvieron cerca de mi cuando falleció mi niño. Ella había sufrido la infidelidad de él y me compartió que si mi hijo se salvaba, ella prometía a Dios perdónalo. Él partió de este mundo y ella en medio de la tragedia decidió perdonar a su esposo. Desde entonces mantenemos alguna comunicación. Tras la llamada comprendí una vez más que tras un sufrimiento hay un propósito, que aunque las personas se marchen del mundo físico, su misión de cambiar vidas perdurará en los mundos que movieron.
Yo no soy de esos rematados que creen que hablan con Dios para sacar redito de sus elucubraciones, pero sé que de alguna manera él me dijo algo. Yo nunca pretendí cambiar el mundo, quise ayudar a cambiar vidas difíciles, enseñando principalmente a trabajar, la mayoría pos no les interesó, pero hubo quienes si comprendieron el valor de usar sus talentos.
Saber que he desarrollado un buen trabajo en lo profesional llena mi espíritu, nunca creí que ser tetrapléjico y de escasos recursos implicara solo dar lástima. El trabajo para mi es felicidad, similar a unas palomitas de maíz y una buena película, a un desayuno con benedictinos en la cama, al agradecimiento de quien no tiene nada, o quizá también, a ese momento en que vi sonreír a mi musa entre mis brazos.
Soy un don nadie con la gracia de Dios, y soy el mejor para quienes sostienen mi mano en la aflicción.