Loca historia de amor en silla de ruedas

Una chica sentada en las piernas de un chico en silla de ruedas. Fotografía antigua y muy difusa

La tarde que menguaba era fresca, el vaivén de las personas era lo de costumbre, puestos a la mesa de aquel restaurante al aire libre, veíamos como las luces poco a poco se encendían para dar la bienvenida a esa enigmática dama llamada noche, a veces alegre y otras muy triste. Envueltos en aquel aroma artificial de café (algunos implementan aromatizantes y otros “decoran” el local con sacos de café), la sinceridad afloró como mis ganas de un cubilete, ha…que rico mojarlo con café.

Le miré a los ojos, aquellos negros, propios de una piel canela cosechada en Puerto Barrios. Apurando un sorbo cafetero me atreví. –Quieres ser mi novia.- Sus ojos se iluminaron, no sé si fue por mi propuesta, o quizá fue tan solo el reflejo de los autos que ya encendían los faros. Sonrió, acercó su silla mientras tomaba mi deforme mano, y me besó. Así sellamos un noviazgo loco, propio de una vida como la mía.

 

Un joven en silla de ruedas conversa con una chica en un café mientras cae la noche.

Hay lugares que, que invitan a decir lo que sentimos.

No tenía hogar, vivía en un hospicio. Aquel lugar era manejado por ingleses, y era una real Casa Hogar. No estuve sujeto a sobreprotección o a la ingrata lástima de los vecinos; claro que para encontrar aquella paz debí aceptar primero mi discapacidad y después el estar completamente solo, y eso es un dolor que a nadie se desea.

Salir a pasear con una chica no era problema, el problema era escuchar que me dijeran “adiós cuñado”, pero me acostumbre. Tuve la idea de pedirle a la chica de ojos negros que pasara la noche conmigo, dije al encargado de la Casa Hogar que iba con un familiar y que regresaba al otro día. Aquella tarde pedí me sacaran a la puerta, allá estaba ella tras un árbol, y en un descuido, me haló; después llamamos de un teléfono público para decir que iba en camino.

Después de cenar en un restaurante de la 19 calle y Avenida Elena, como a eso de la 8:00 de la noche, no fuimos por la Avenida Centroamérica, deteniéndonos en una banca. El aire era un tanto fuerte, erizaba, con ella sentada a mi lado y en medio de besos, las horas volaron. Al darnos cuenta de la hora, tipo 11:00, salimos corriendo (es un decir, yo rodando) al lugar que habíamos previsto, pero o sorpresa, lo habían cerrado un día antes. Soy tetrapléjico, por desgracia ella debía empujarme y a esa hora ya era muy peligroso, no por mí, sino para quien apenas alcanzaba las veinte navidades.

Nos regresamos al Hospicio; aquella noche que debió ser genial, terminó con ella durmiendo en el sillón de aquel lugar y yo en pleno insomnio tras una regañada ilustrada con una clase de educación sexual.

Hoy día ella está en otro país, está casada, es mi amiga y me pidió que la recordara.

Un texto dedicado por Byron Pernilla

Está será nuestra canción para siempre.

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