Buena gente

Cruzar la ciudad en auto al medio día, y hacerlo en época de verano, es algo tortuoso, al menos en el insufrible tráfico de mi ciudad. Este sábado acudíamos a una capacitación que daríamos a una PCD, una oportunidad para superarse. En la calle es impresionante ver como muchas personas se chamuscan literalmente al vender cualquier cosa en cada esquina; algunos piden dinero por sus malabares, otros por unas rosas, golosinas, y los hay por la edad o discapacidad.

En uno de los congestionamientos, un motorista pasa a nuestro lado, de pronto más adelante un peatón sale de entre los carros y la moto le da de lleno. Somos espectadores obligados por la temporalidad de un semáforo. Estábamos lejos, quizá 6 u 8 autos, pero nadie prestó auxilio, cuando ya uno de mis amigos se disponía a bajar, los dos protagonistas se pusieron de pie y con dificultad llegaron a la banqueta, uno bastante afectado y el otro con la dificultad de arrastrar su moto y el pedazo de un retrovisor. Allá quedaron, sobándose, quizá gimiendo. En esta ciudad hay muchos asaltos en motocicleta, de ahí la precaución de muchos para bajarse del auto.

Al llegar nos enfrentamos que nuestra alumna, quién vivía en un segundo nivel con gradas exageradamente verticales. Pero a mis colaboradores no les tembló el pulso para subirme. A media subida me arrepentí, los dos sudaban a mares y yo sentía que debía prepararme para un aterrizaje forzoso de un momento a otro. Pero llegamos.

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Conocimos a alguien que tras una herida de bala, había pasado 10 años sin oportunidades. Se le capacitó en el arte de pintura para una empresa de artesanías. Fueron 2 horas en las que el propio gerente le explicó el método, se le dio el equipo y ahora dependerá de ella. Yo no dudo de su éxito, se le ven las ganas y tiene una madre y hermanas que se ve, le aman.

Ya de regreso, el hambre nos estrujaba. Con un dinero que me habían pagado en mi trabajo, dispuse invitar a comer a mis aguerridos voluntarios. Nos fuimos a  un restaurante de pizzas populares, no había para mucho. En la primera banca de aquel lugar estaba *Samuel, un gran viejo amigo, lo veo en las redes sociales de viaje en viaje, un día despierta en Brasil y otro en Alemania, es experto en automatización de productos de consumo masivo.

Hace como un mes estaba compartiendo fotos de su visita a Filadelfia, si, la ciudad gringa en donde Roky hizo realidad su Sueño Americano, ese que hoy es prohibido por muchos que lo lograron. Pero Samuel es todo un ganador, y fue increíble venirlo a encontrar 4 años desde la última vez que nos vimos. Fueron anécdotas y vivencias entre risas y añoranzas; de hecho él era uno de mis grandes apoyos cuando recién vivía solo, me llevaba a la iglesia y cuidaba de mí.

Y se despidió, no sin antes decirme que había pagado la cuenta, le agradecí. Cuando al salir revisaba mi billetera, pos no tenía dinero, no lo había puesto. Primero me asusté, que vergüenza hubiese pasado, pero al final una sonrisa brotó al recordar a mi cuate.

Quise escribir esto pues hay una enseñanza. Hay cosas que cuestan, se sufren y son invisibles. Muchas personas sufren en las calles, algunos les cambia la vida una distracción, la indiferencia, el miedo, Etc. todo ese barullo que impide que nuestro espíritu abra los ojos. Pero si tu a pesar de todo, te concentras en apoyar al prójimo, Dios bendice. Pudiese pensarse que es por suerte, o circunstancial, pero es más sustancioso para el espíritu el sentirse que hay alguien allá arriba que guía tu vida, que te muestra la necesidad, que te muestra el dolor pero igual pone gente excepcional a tu lado, gente buena.

Byron Pernilla

*Nombre ficticio para mantener privacidad de mi amigo

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