Extraños amores en silla de ruedas

La motivación que uno necesita para continuar viviendo tras un acontecimiento devastador, como una lesión medular, no se debe a una cosa en particular, creo que son varios los factores, uno de ellos pensaba que solo a mí me había ocurrido, y tiene que ver con las musas.

Acostumbrados a las historias “heroicas” de quienes simplemente sobrevivieron a la discapacidad, suele pensarse que la motivación se encontró simplemente en ser alguien “sin límites” o que “nunca se rindió”. Aunque algo habrá de eso, es lógico que tengamos límites como todos y que para lograr un objetivo hayamos experimentado varios fracasos.

Alguna vez relaté en este blog  que una chica me había hecho salir de la depresión recién mi llegada a un hospicio tras mi accidente en un muelle. Alguien me dijo después que, si era cristiano por qué no le daba la honra a Dios en vez de trivializar la aceptación de la discapacidad. Claro que es Dios quien permite todo, pero hay cosas que deben suceder para que el propósito se cumpla, yo simplemente cuento lo que REALMENTE me sucedió, para contar cuentos hay otros “profesionales”.

Llegué a pensar que de repente si era posible que solo a mí me hubiese ocurrido lo de la chica, pero viendo la historia de Nick Scott identifiqué que a él también lo motivaron las chicas. Existimos hombres que somos sensibles a la presencia de una mujer, en ella muchos nos inspiramos en poemas, canciones y todo aquello que debido a ellas se nos ocurre, en especial lo que nos provoca aquella que nos gusta.

La relación que me inspiró a ser de nuevo quien era no tuvo un buen fin, como todo en la vida real las cosas toman cursos impredecibles, lo importante es quedarse con aquellos que nos hicieron ver un cielo estrellado o la belleza de una noche de lluvia.

Cierta vez, en medio del rompimiento con mi primer amor tras la discapacidad, junto a unos enfermeros del hospicio estaba viendo caer la tarde en la puerta de aquel lugar, yo nunca he sido de los que lanzan piropos, no es lo mío. Esa vez los chicos me retaron a que debía decirle algo a dos chicas que se aproximaban, eran unas vecinas a un par de casas, al parecer llevaban comida en una bandeja que portaba una de ellas.

Yo no hallé otra cosa que decirles: -¿Me das de probar?- O algo así, la cosa es que ellas caminaron un tanto, algo se dijeron y se dieron la vuelta. Los 2 enfermeros se replegaron atrás de mi silla cual cobardes marines, una de las chicas dijo: -¿Tienes algo en el que te dejemos un poco?- Esto mientras destapaba la bandeja y mostraba varias tostadas o tacos, la verdad ya no recuerdo bien. Uno de mis temerosos embaucadores dijo que entraría a traer plato.

Para entonces yo debí estar como semáforo en rojo, mudo y sin respuesta de signos vitales, consecuencia de la peor de las vergüenzas que una mujer me pudo causar por atrevido. Para acabar salieron la cocinera que era muy buena amiga y la señora de la limpieza, a saber que dijo el enfermero y todos querían ver mi humillación, el pretexto fue decir que era para ver si no necesitaba un plato más grande.

Al marcharse una de ellas, la mayor y quién lucía un maquillaje sombrío de lo que comenzaba a conocerse como dark, dijo llamarse *Alejandra y al preguntar mi nombre, un coro le respondió antes que siquiera yo tuviese noción del tiempo espacio.

Días después de aquel bochornoso incidente, cuando iba a terapia me encontré con Alejandra, esta vez iba de colegiala, a sus 18 años terminaba su bachillerato y vestía el típico uniforme encorbatado y falda a cuadros, sí, ese con el que el anime destrozó muchas infancias…jaja

La chica era de armas tomar, iba con 4 chicas, no tuvo reparo en detenerse parando de frente al que empujaba mi silla. Me preguntó si me habían gustado la comida que me había dejado, a lo que yo respondí que sí, pero que ahora yo quería invitarle algo. Sin estar en estado de shock podía responder mejor. Ella dijo que estaba bien y que esperaría la invitación.

Por medio de notitas nos escribíamos, yo las enviaba con el personal y ella pasaba dejando su respuesta, y quedamos de ir al cine. El único miedo que me confesó era que nunca había maniobrado una silla de ruedas, este lo solucionamos en el Cementerio General, estaba cerca y por lo quieto era ideal para un entrenamiento. Esa vez recuerdo que me llamó la atención unas cicatrices que le vi en uno de sus brazos, cerca de las muñecas, al preguntarle me dijo que antes era “más agresiva», que eran las veces que se había intentado cortar la venas, pero que la última vez había sido a los 15 años y que estaba en tratamiento, pero que ya no era la misma. Fue de esas veces en las que uno se pregunta: ¿Y qué diablos hago aquí?

Me enseñó a madurar siendo 4 años menor. Cierta vez alguien del hospicio llegó a dejarme a un restaurante, y me dijo frente a ella que a determinada hora regresaría a traerme, ella lo interrumpió y dijo que no sabíamos a qué hora terminaríamos, él le replicó que entonces era otro turno y que hubiéramos tenido que explicar antes de salir, y ella sentenció que éramos adultos y existían taxis.

Hoy sé que no estaba bien lo que ella decía, yo era responsabilidad del lugar que me acogía; pero algo sí germinó en mí. Era adulto, debía empezar a dejar el miedo de salir debido a la discapacidad, que era solo de planificación, que no evolucionaria si siempre dependía de las mismas personas. Por ello hoy día muchas veces salgo solo a mis diversas actividades, sé que depender de otros limita mi vida, y que si pasa algo inadecuado, pasará intentando vivir plenamente.

De nuestras cosas en común, teníamos exacto el mismo gusto musical, yo venía de Glam Rock y Thrash Metal, ella era ya del entonces nuevo Grunge y me llevó a descubrir las bandas al respecto. Aquella chica era imponente, por primera vez enfrenté el no liderar mi relación. Yo intentaba sacudirme el sentimiento de un desamor, aun no sabía si soportaría un “no” con otra chica, por ello salíamos, coqueteábamos pero yo no me atrevía a decir las palabras mágicas, además cómo que me daba miedo jaja.

Estando en el extinto cine Lido, y quizá harta de mis evasivas, Alejandra me dijo que si quería ser su novio, a lo cual le dije que lo pensaría…nooo no se crea, ella hizo lo que sabía yo no me atrevería. Después de nuestro primer beso yo no podía conciliar el sueño, no comprendía como terminaría todo, si me gustaba pero no la amaba, y casi seguro estaba que los sentimientos eran recíprocos.

Para no hacer larga la historia, fuimos novios poco más de 1 año, momento en el que el hospicio se mudó fuera de la capital, ella entonces ya en la la universidad; hubo un beso y una despedida sin dramatismo. Creo que no fuimos los típicos novios, ella fue la que desde un principio llevó el timón de la relación, de alguna manera ella buscaba eso, no le gustaba la sumisión era como una feminista de entonces, le resulté el ensayo ideal para su pensamiento, y yo, necesitaba salir una relación que me desgastaba pues en esa si me había enamorado, fue el típico refrán del clavo que saca otro y maduré.

He aprendido mucho de las mujeres, me he inspirado en ellas y no he sido el mismo después de conocer alguna de mis musas, lo cierto es que ellas nos han logrado sacar a muchos de esas lagunas depresivas de la negación de la realidad; y como dijo mi paisano: “No sé quién las inventó, tuvo que ser Dios”.

De Byron Pernilla

*Nombre ficticio de un personaje real.

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