Esta semana alguien en aflicción me preguntó cómo le había hecho para hacer lo que hacía (siendo alguien sin preparación ni plata, no me lo dijo pero lo sentí), que como fue que me acepté.
Ya medió lo he escrito acá. Yo no me di cuenta (no sé ni cómo me nació la conciencia…jeje). A pesar de estar solo, tuve la suerte de tener amigos, llenaron mi existencia de tantas cosas que no me daba cuenta de que era una PCD. No fue con ayudas lastimeras o por obra de caridad; simplemente me trataron igual, mientras yo tengo la manía de arrastrar a mis amigos a participar de mis locuras.
Cierta vez en el hospicio donde vivía, una chica ciega se casó. Llegó a vivir por un par de meses y se casó con alguien que conoció en rehabilitación. Yo organicé una despedida, reclutando al personal de confianza y amigos (as) de la cuadra.
Designamos enfermeros que estarían alerta (como conductor designado) y quienes tenían vía libre. Recuerdo haber despertado en el sofá de aquel lugar y ver que en la ventana ya se veía el amanecer. Pegué un grito y todos echaron a correr: nos habíamos quedado dormidos. Llegarían los encargados y nos jugábamos el despido de varios y quizá un mi buen castigo.
Entre una vecina, no enfermera, y un enfermero me bañaron de una vez. Después me puse en la puerta, observando como corrían de un lado a otro, mientras yo echaba aguas. Cuando dieron la 8 de la mañana todo estaba pulcro. Solo el personal debido, y yo hasta perfumado. Al medio día, todos participábamos del casorio en la Iglesia del Gallito.
No digo que esté bien lo que hice, algo pudo fallar y lo hubiésemos lamentado, pero afortunadamente no fue así. Desde entonces he armado cada cosa… esto fue solamente una de tantos disparates que formaron mi carácter, lo que me hizo sentirme no menos que nadie. Entonces estudiaba, y vivía como cualquier chico, en un lugar extraño pero normal para mí.
Un buen día me inmiscuí en el mundo de personas con discapacidad y me enseñaron como era sentirse menos, no todos, pero si en un alto porcentaje de ellos.
Hoy en mi supuesta madurez veo tanta gente atrapada, resignada a las cosas correctas y tanto líder de barro. Las PCD son seres humanos, no son “ángeles” o con “capacidades especiales”, las personas no afectadas de sus capacidades intelectuales deben tener la oportunidad de vivir, equivocarse y llorar. Evitar que sufran solo provocará, a la larga y seguramente, un sufrimiento más grande: el no sentirse ser humano.
Byron Pernilla
Partió a u mejor lugar, adiós mi Dolores O’Riordan,