“Vos tenes trabajo porqué conoces gente famosa y estudiastes, pero yo soy pobre y no conozco a nadie importante”. Lo anterior lo escuché de una persona con paraplejía que tiene un título de nivel medio y no logra un trabajo como él quiere.
Mi ejemplo
Desde muy joven mi padre me enseñó el oficio del martillo, los clavos y el serrucho, un carpintero como tantos otros que se ganaban la vida en un mercado. Allí vivía, despertaba con el constante vaivén de las carretas de cojinetes, y el bullicio que engendra un lugar de esos antes del alba.
Muy pocas veces observé descansar al viejo, sus vacaciones eran hacer un viaje de 2 días al año para visitar al Cristo Negro de Esquipulas, después de ello el chance era lo que respiraba. Me enseñó a disfrutar de la vida, salir del chanse y comer lo que más nos gustará, por caro que fuera, era como la recompensa casi diaria, fue como la lección respecto a que todo lo que me gusta tenía un precio.
Luego el segundo placer de mi viejo era leer el periódico, ya sea por la tarde en una vieja silla del lugar o por la noche recostado en su cama a la luz de una lámpara colonial, cuantas veces le recogí el diario del piso, pues se había quedado dormido; leer un regalo que siempre le agradeceré.
Entonces vino mi lesión medular, yo lo estaba matando pues él siguió en ese trabajo y yo era una cabeza parlanchina, un cuerpo inerte al que debía alimentarse. Por tanto decidí marcharme a un hospicio, si hubiera querido me habría quedado, pero solo yo comprendía lo arduo de ese trajín.
Ideas
En el hospicio aprendí a gatear, metafóricamente, a relacionarme nuevamente en sociedad y me inyectaron esas ganas de intentarlo otra vez. En medió de ese tétrico lugar brotó mi ilusión por una vida plena, pero bien sabía que había un precio, si dignamente quería alcanzar esa meta, las cosas se complicaban puesto que no podría tomar mí martillo, tampoco podría trabajar y pagar el sueño de ser periodista.
Mi gran quebradero de cabeza era como ganar plata, un buen día definí 5 cosas que aún podría hacer y sabía hacer. Reinicié mis estudios básicos pero escribir fue el primer obstáculo a vencer, eran los 90´s y las App aún eran un sueño húmedo en el ciberespacio. Las férulas estaban descartadas pues no había plata. Acá cómo escribo:
Sé que existen aplicaciones de voz, pero me gusta mi primer invento.
Una vez vencido ese tema, aprendí computación a la brava, era prueba error, tortuoso sin duda. Pero aprendí lo básico. El formar una familia hizo que dejara los estudios en aquel momento, pero fue el detonante de mi búsqueda de chanse, Dios fue bueno, y aunque toqué mil puertas, me lo concedió y esos posteriores 15 años escribí para otros, a saber cuántas tesis universitarias, cuantos trabajos de periodismo o libros llevan mis letras sin que nadie lo sepa. He sido él mil usos en el arte de las ideas codificadas, incluso paré de auxiliar de contabilidad. Lo anterior me llevó a trabajar en la edición de noticias y eso me condujo a lo que hoy desarrollo. Muchas veces mi jornada es de 14 horas al día.
Creo que el secreto de una forma de vida como la mía es el trabajo, no como eso que creo merezco como derecho, sino algo que me he ganado como otros tantos colegas, que a pesar de una discapacidad física, venden tarjetas de teléfono bajo el inclemente clima, los que reparan carros, aquellos de los Call Center o quienes, para llegar a su trabajo, se rifan el físico en una ciudad inaccesible. Amar lo que haces e instruirte aunque sea autodidactamente, producen un buen trabajo, que aunque a veces solo te dé para frijolitos, te lo comes como un manjar. Las grandes edificaciones nunca brotan espontaneas, inician con un ladrillo.
Los amigos, famosos o no, tampoco aparecen de la nada, ni los buenos empresarios te salen al paso solo porque los “motivas” con tu discapacidad. Todo se va dando poco a poco mientras construyes tu prestigio. El resultado no descansará en el alago de todos, sino en la satisfacción de haber usado con mucha fe los talentos que nos quedaron. La primera lucha es salir a vender un dulce contra viento y marea, la segunda tener nuestra propia dulcería.
De Byron Pernilla