La navidad de algunas personas con discapacidad

¿Cuantas veces nos hemos sentido solos? Sí, no importa el que tuviésemos personas o familiares al lado. Es un sentimiento tan humano como la alegría o el llanto. Hay quienes pueden externar sus sentimientos, así como hay quienes se guardan las emociones o simplemente les son indiferentes. Todos actuamos según nuestro carácter y de acuerdo a como nos vaya en la feria de la vida.

Las personas con discapacidad tienen más posibilidades de sentirse solas, para ello no importa el estrato social, y quien diga que no, o miente o es la más afortunada del mundo. Pero algunos aprendemos a soportar esa sensación, queramos o no.

Siempre me fascinó la navidad, mi padre era más bueno que de costumbre, él me enseñó a dar presentes a los niños que vivan en barrios muy pobres. Aunque no éramos gente de mucho dinero, mi viejo siempre compró juguetes para regalar a niños desconocidos. Yo pensaba entonces que si mi padre no tuviera dinero, nunca podría dar felicidad a nadie.

Nadie es tan pobre que no pueda dar algo

Tras mi accidente y adquirir tetraplejia, viví en un hospicio a inicio de los 90`s, en aquel entonces cuando llegaba la navidad me entristecía mucho, veía como en la tele las familias celebraban, y como en las películas siempre alguien salvaba la navidad. Yo no me explicaba el por qué quienes vivíamos ahí, 16 personas, no teníamos familia con quien estar.

Mi padre siempre me visitó, pero los demás escasamente recibían visitas. Mi primera navidad en aquel lugar pensé sería lúgubre. Entonces llegando diciembre la directora mandó hacer un árbol navideño y un nacimiento. A mi me pareció tonto. ¿Qué alegría podíamos tener?

Una vez puesto aquellos adornos, se acercó a mi doña Rafaela, señora de cómo 80 años que había sido abandonada.  –¿Nos rezaría el Rosario?- Me preguntó la viejecilla, aseverando: -Yo ya no miro las letras y los demás no saben leer-. Yo no era católico, pero le dije que lo haría, creo que a pocas personas le hubiesen dicho que no en la forma que me lo pidió.

Doña Rafaela, a mi derecha, fotografía de 1994 más o menos.

Durante aquel mes recibimos como 3 visitas de grupos pequeños de personas que llevaban regalos e incluso uno de los grupos cantó villancicos navideños. Durante la visita, los pacientes cuerdos que no recibían visita aprovechaban a conversar con los visitantes, algunos de ellos dispuestos a escuchar y otros a los cuales claramente se les veía incómodos. Yo tengo el defecto de ser observador. Cuando las visitas se iban, recuerdo como unos a otros de los pacientes se enseñaban sus presentes, y aquella sensación de que era un día diferente a los demás.

A pesar de todo, viene a mi memoria el como en la puerta del hospicio vi caer el sol del 24 de diciembre, esto en la 19 calle y Avenida Elena (muy cerca de una zona comercial). El frío de la tarde ponía de gallina la piel, lo amarillento del astro rey daba cierta melancolía y las personas corriendo con bolsas de regalos por la calle presagiaban que esa noche la pasarían bien. Lloré, no sabía por qué si yo siempre había tratado de ser feliz hasta entonces, había intentado abstraerme e ignorar la soledad que sentía, pero el sentimiento era incontenible para mi, sentía estrujado mi pecho, como ahogarme. tenía 19 años y la depresión navideña me torturaba.

De pronto recordé que adentro había ancianos que gustaban de hablar, que a Celeste había que darle de comer en la boca, que esa noche me habían encargado ayudar, que era útil para algo. Me limpié las lágrimas, moví mi silla con dificultad (nunca pude mover los dedos) y me entré a la casa, me gustaba más la sensación de dar y no la de sentir que tenían que darme.

Después de noche buena, yo empecé a recitarles el Rosario, los chinchines de una ancianita amenizaban el rezo. Cada tarde todos veían la hora impacientes, a las 6:00 empezábamos. Siete señores en silla de ruedas, tres chicos con problemas mentales y cinco ancianos, todos abandonados, eran mi comparsa.

Yo empecé a olvidar durante aquellos momentos cuan solo me sentía, la devoción de aquellas personas me impactó, y sus agradecimientos cada que terminaba el rezo me llenaban el corazón de una sensación que nunca había experimentado: el hecho de dar a quien no tenía nada. Y es que yo me sentía tan abandonado, pero aun en mi pobreza material, mi espíritu era capaz de dar alegría a unos más desafortunados.

Aprendí que siempre habrá alguien con más problemas que uno, que en Navidad no solo con dinero se puede dar a quien más lo necesita, y que incluso, sin poder mover ni un dedo, uno puede ser una buena compañía.

Y en este camino, encontré personas que piensan igual que yo.

Por ello, cuando en estas fechas des algo a un desafortunado, no esperes las gracias, puesto que es un acto de bondad con nosotros mismos, es encontrar gran parte del significado de la Navidad.

De Byron Perrnilla

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5 comentarios en «La navidad de algunas personas con discapacidad»

  1. ¡Me ha encantado el artículo, Byron! Sabes por lo que escribo que coincidimos en estas reflexiones, que opino de manera muy similar. Todo ésto es tan injusto…

    Muchas gracias por compartir estas palabras.
    ¡Un abrazo muy fuerte!

  2. Todos de alguna forma tenemos discapacidades, aunque las mas evidentes son la físicas, pero hay otras, falta de humanidad, falta de cariño, Etc. pero la peor es la falta de fe en Dios, el Padre que nos envió a su Hijo Unigénito para que todo aquel que crea en Él, no se pierda, más tenga vida eterna. Le felicito, porque es la gran diferencia en Ud. persona de fe y los demás que no creen en el Salvador que dio su vida por nosotros, hay quienes que creemos que no tenemos nada que compartir, pero error todos podemos compartir bienes materiales, la fe en Dios, el gozo de saber que somos hijos de un Padre amoroso y misericordioso. Si bien es cierto todos tenemos razones para entristecernos, también tenemos para estar llenos de gozo y vivir cada minuto al máximo. Que el Niño Jesús les bendiga siempre y prospere todos sus proyectos. AMEN.

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