Julio, la muerte del ateo que me hizo creer más

En un paisaje de rocas, mar y nubosidad, una persona con discapacidad en silla de ruedas está sobre una roca, como observando el horizonte

De niño fue inquieto, contaba su madre quien sin el apoyo del padre había sacado adelante a Julio y sus hermanos, no me acuerdo cuantos más. Aquel joven había abandonado sus estudios, trabajaba ocasionalmente y era parte de un grupo de aquel lugar, entonces empezaban a llamarse: maras.

Era un muchacho de carácter fuerte, no era para menos, había crecido en la colonia El Amparo, un área de clase media de la ciudad de Guatemala, lugar que poco a poco se convirtió en una zona roja por sus altos índices delincuenciales. Una noche de tantas a sus 24 años, cuando regresaba a casa fue emboscado, con un cuchillo un chico rival le cortó el cuello por la parte de atrás; después de golpearlo huyeron. La herida había diseccionado su medula espinal a la altura de las cervicales, lo habían dejado totalmente tetrapléjico, lo único que lograría mover sería su cabeza.

Nuestro encuentro

Tendría como 2 años viviendo en el hospicio, quizá el año 1993, cuando él llegó. Era enojado, hablaba poco y dejaba claro que era ateo. Me comisionaron para hablarle, para procurar que no fuera hiriente con el personal de enfermería, o si no me dijeron, tendría que irse. Como el Byron era casaquero (tenía facilidad de conversación) era la esperanza de la directora.

En su silla de ruedas, Byron Pernilla sonríe a cámara, a su lado su esposa carga a su hijo de unos meses, junto a ellos Julio César también sonríe en su silla de ruedas

Julio sonrie a cámara el día que celebré el bautismo de mi hijo a mediados de los 90´s.

Me costó mucho, algo logré. Él me impacto, a veces por las noches gritaba y decía que sentía las manos hinchadas, gigantes, y sentía que el cuerpo le iba a estallar. Eran episodios de pánico, el trauma de su discapacidad adquirida lo hacía sufrir. Creo que al sufrimiento se unía el resentimiento que sentía al saber que otra persona era la causante de tal condena.

Con uno que otro sobresalto por su mal genio, logró habituarse a la vida de ese lugar. Recuerdo nuestras largas charlas sobre la fe, me hizo replantear mis creencias. Pero un día yo decidí fundar un hogar y me marché, dejé a todos mis hermanos en esa gran casona, con la promesa que si algo sucedía, yo vería que haría.

En el camino andamos

Pasaron como 16 años, yo ahora separado, reponiéndome de la muerte de mi hijo y luchando para sostener mi vida independiente, recibí la llamada de una exdirectora del hospicio. Aquella casa hogar había cambiado para convertirse en un hogar para niños con SIDA; en el momento del cambio Julio debió irse con su madre. Vivieron varios años solos los dos, pero aquel día me llamaron para decirme que la mamá de Julio había muerto.

Me contaron que ellos pagaban renta en un lugar alejado de la ciudad, que ya era más de una semana de la muerte de la señora, que el dueño de la casa había sacado a julio a un cuarto de lámina a la par de donde vivía, que llamaban a las instituciones, pero ninguna quería ayudar, que decían que “no era su campo” y que no había nadie que lo ayudara.

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Esta es la fotografía que me envió mi amigo cundo lo encontró.

Yo encargué a uno de mis mejores amigos para que fuera a San Lucas Sacatepequez, debía confirmarme lo que me habían dicho. Regresó con unas fotos que me partieron el alma. Me contó haberlo encontrado en ese cuartucho sin piso, acostado e iluminado por una veladora pues no tenía electricidad. Lo más grave era que se ulceraba, sin los cuidados de su madre moría ante la indiferencia de todos.

Tenía el tiempo en contra. Decidí juntar a mis 3 mejores amigos, una vecina y mi fiel asistente. Les dije que traería a Julio a mi casa, que necesitaba ayuda y que sería por un tiempo en lo que lograba ubicarlo en algún hogar de beneficencia. Mi bella gente me acuerpó, algunos con algún miedo, pero me apoyaron; incluso quién era mi pareja entonces ayudó en su cuidado. Yo estaba preocupado, no sabía cómo lograría cumplir mi promesa, solo sabía que no lo dejaría morir solo.

Busqué a la Cruz Roja, me costó, pero al ofrecer pagar el combustible me hicieron el favor de ir a traer a mi amigo. Un sábado mi mejor cuate guió la expedición. Al llegar a casa los chicos de la Cruz Roja no quisieron el dinero, Julio les había impactado. Las semanas se me hicieron cortas, debía buscar lo prometido, el dinero se me acababa y aun peor, mi gente se cansaba mucho pues antes me atendían solo a mí y ahora eran dos los que necesitaban de ayuda para casi todo.

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Julio, casi un mes despues de su llegada a mi casa.

Varias personas me ayudaron con comida, mi sueldo no daba para tanto, y es que necesitaba pañales, sondas, Etc. lo que me revienta, excreta… (tengo que dejar de ver a Franco Escamilla) es que las “grandes instituciones” esas que se bañan de millones de donaciones para personas con discapacidad ni siquiera me permitieron una cita, y es que son gente muy ocupada. Había una iglesia evangélica a 2 cuadras de mi casa, avisamos para ver si de repente había voluntariado, pero enviaron una bolsita de nailon con Q40.00 en monedas.

Nunca intenté cambiar su ateísmo, él respetó mucho mi fe, debatimos pero no peleamos por creencias existenciales. Sobre eso no me gusta hablar mucho, creo que los actos son más que palabras bonitas.

Yo sufría por muchas cosas, él a veces me hacía enojar pues era algo obstinado. Pero yo siempre intentaba ponerme en su silla. ¿Qué hubiese hecho yo sin ningún movimiento, sin estudios, sin plata y sin aquella madre abnegada? Nunca lograré sentir esa cruel tortura que él llevó por más de 20 años.

Finalmente el canal de televisión Guatevisión me permitió una entrevista. Un sacerdote católico llegó a mi casa e invitó a Julio a una casa hogar. Tras casi tres meses Dios me envió a ese gran hombre. Julio vivió poco más de un año en aquel lugar, sus ulceras se llevaron su sufrida vida.

Durante el Paseo Navideño Asodispro, en un campo con grama y árboles, Julio y Luis conversan mientras voluntarios se organizan a su alrededor

Durante un Paseo Navideño, Julio Cesar conversa con Luis Menjivar, ambos en paz descansen.

Un voluntario con nariz roja de Fábrica de Sonrisas abraza a Julio Cesar durante el Paseo Navideño Asodispro

Siempre fue serio, habia que batallar para que sonriera.

Cuando me avisaron del deceso, no sufrí por su partida, él ya no estaba preso de un cuerpo inerte. Me torturé recordando sus palabras al decirme que no quería irse de mi casa, que había sido feliz con mi bella gente. Maldije no tener plata, odié el dinero, saber que muy pocas personas son capaces de ayudar en estos casos. Y es que muchos juzgan, parece que lo mejor es pensar que eso le pasa a alguien como castigo, es la mejor exculpación.

Ahora que Julio cumple unos años de su partida, mi corazón ya está en paz. Julio vino a cambiar varias vidas de quienes le conocieron en mi casa. Sé que llenó de bendiciones a mis amigos, que todo aquel que algo dio, mucho recibirá. En mi vida trajo más fe; aprendí a ser aún más agradecido, cómo el haber logrado mover mis brazos, el regalo que tuve con mi carácter tranquilo, a veces bobo, la suerte de haber encontrado gente que pesa más que el oro, y a ser más tolerante con quien sufre.

Gracias Julio Cesar, perdóname.

Byron Pernilla extiende su brazo tras la espalda de Julio Cesar, ambos están en su silla de ruedas, tras de ellos una mujer está atrás de Byron pero no se le ve el rostro.

Nuestra ultima fotografía, junto a mis amigos lo llevamos a la iglesia.

Byron Pernilla

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