Escuché a un predicador católico decir, Martín Valverde, que era mil veces mejor tener un buen amigo ateo, que un amigo creyente y mala persona. Que fabulosa enseñanza. Cuantos ministros y sacerdotes abusadores hay, nunca lo sabremos.
En el hospicio para desahuciados en el que viví durante los 90´s, cierta vez llegó un niño con un tumor en un ojo. Tendría 6 años, el cáncer le había hecho perder totalmente la vista, y uno de sus ojitos era monstruosamente grande. Supe que un familiar lo llegó a dejar, y que después nadie nunca lo visitó.
Al ser yo el único que sabía leer, la jefe de enfermeras me encomendó leerles a todos una oración antes de cada comida, yo no me explicaba por que éramos segregados, ignorados y olvidados, y aparte debíamos agradecer. Accedí hacerlo porque siempre me ha gustado hacer algo, yo que jamás agradecí por lo que comía, descubría que no hay almuerzo gratis, que alguien pagaba por él.
Cuando llegaba a darle de comer al niño ciego, él agitaba sus brazos, movía sus dedos y decía: -“¿Vas a darme mi comidita?”- dejaba de mover sus brazos al tocarlo a uno. Se le ponía en sus manos el vaso de líquido, y se le daba de comer en la boca. Ahora que recuerdo esto me pongo sentimental, quizá es lo más difícil que he hecho, no por no mover mis dedos y que igual me cuesta agarrar la cuchara, no, es por lo que siente uno al hacerlo y saber que no puedes ayudarlo más. Verlo ahí, pequeñito, vulnerable, cariñoso e inocente, pero condenado.
Llegó el momento y ya no despertó una buena mañana, nos había acompañado 2 meses más o menos. Desde entonces lo trasladaron de su habitación a la oficina del hospicio en una camilla; todos los días, durante 4 eternos días, lo primero que preguntábamos era si ya había partido. A veces por las noches pedí con cólera a Dios que se lo llevara, no entendía el porqué alguien había nacido tan solo y con tal sufrimiento.
Como a media tarde murió. Una enfermera salió escondiéndose una lágrima de la oficina y lo supe. Entonces encolericé, odié a todo aquel que hablaba de un Dios bueno. Este acontecimiento fue uno de los que moldearon mi pensar, me acostumbró a no decir solo lo que a la gente le gusta, sino a hacer lo que se necesita, guste o no, pues sé fehacientemente que al final estaré yo solo con mis decisiones.
La noche del deceso del niño llegó un señor ya entrado en años, un frondoso sombrero anunciaba su origen del oriente del país, ahí donde se dice que los hombres solucionan sus diferencias en duelos al estilo del oeste gringo. El señor llegó acompañado por al parecer, su hija de unos 30 años; la administradora me comentó que era el abuelo y que pasarían velando el cuerpo hasta el otro día, cuando le sepultarían.
Respuestas
Durante aquella noche supe muchas cosas, las comprendí. Al preguntar por los padres, me contó el abuelo que su hija era madre soltera, que vivían en un departamento al oriente del país y que no tenían dinero para llegar a ver al niño. Yo que siempre leí, sabia de aquel lugar, a menudo afectado por la hambruna. Supe que comían frijoles y arroz los 3 tiempos, si bien les iba, si no, comían chile con tortillas. Y supe, y supe, y supe…
En un momento comenté que por ello a veces dudaba de la presencia de Dios más aun, dije, con la forma de la muerte del chiquillo.
-Viera que sí, si existe.- Me respondió serenamente, como sonriendo el don.
-¿Pero aun cree usted?- Pregunté espantado.
-El propósito Él lo sabe, se bendijo a muchos, a quienes sin conocerlo lo recibieron, cambiaron, alimentaron y quisieron; por algún motivo esas personas necesitaban ser bendecidas. No murió solo, Dios estaba ahí, en el corazón de las enfermeras, compañeros y todas las personas que lo ayudaban.- Sentenció aquel tosco, pero sabio anciano.
Esa respuesta la he replicado y escrito muchas veces, es que no solo lo supe, lo viví.
He de agregar que aunque comprendí, me costó un montón aceptar a quienes hablan de Dios, los que en la comodidad de sus residencias condenan a los desafortunados por creer que es su culpa al no creer o actuar como ellos, a quienes tienen la gracia y creen que es por ser como son; más aun a quienes escudados en la excelencia al servicio de Dios, se enriquecen a base de ofrendas y vestidos con atuendos millonarios se olvidan del significado del pesebre. Llegué a entenderlo hasta que conocí amigos increíbles, los que hacer vivas las escrituras, pero esa es otra historia.
Hoy creo en Dios, y si usted no cree, lo invito a que: ¡salgamos afuera!
Quizá sea mejor que nos tomemos un café y hablemos, para actuar y ayudar a quien lo necesita.
Un artículo de Byron Pernilla para ASODISPRO