Hace poco visité un centro caritativo de rehabilitación y/o desahucio atendido por monjas. Recordé mi paso por esos lugares, esos momentos estrujantes del despojo que muchos transitamos, la impotencia, la rabia y la enorme tristeza del duelo, de la muerte del yo anterior.
Tener de compañeros ancianos abandonados por sus hijos, personas olvidadas por enfermedades mentales o indigentes ocasionales, no puede sino terminar de edificar un trauma, cosa que pocos logran superar a plenitud. Y es que a parte de ese cuadro desolador de compañeros, debes seguir reglas: que no debes hablar con pacientes del otro sexo, que se prohíbe usar teléfono, horario restringido de visitas, horario de comer, dormir, levantarte, Etc. Siempre he pensado que al ser una persona de escasos recursos no solo adquiriste una discapacidad, además eres condenado a la prisión en donde acaban con el quizá poco espíritu de lucha que te queda.
Entonces conoces casos similares, personas que edifican tu manera de pensar en cuanto a la discapacidad. La mayoría, por lógica, vienen de áreas marginales, muchos acostumbrados a la vida dura de esos logares, al sentimiento de víctima y de resentimiento con la sociedad. De ellos debes acostumbrarte a su aparente insensibilidad, ríen de todo y de todos, mientras ponen apodos hirientes por discapacidad. Igual debes aparentar dureza, lo contrario sería señal de cobardía una oportunidad para ser la mofa de todos.
Muy en lo profundo todos lloramos. Al principio llegan varios a la hora de visitas, poco a poco solo llegan tus parientes más cercanos, finalmente te conformas con el saludo de algún desconocido. Ver caer la tarde es muy triste, a través de alguna ventana ves lo amarillo del sol mientras cenas, quizá cuando antes a esa hora tu día era joven. Y observas ese cuadro desolador de tu presente, personas insensibles, otras sin futuro y algunas solo esperando el viaje…la partida de este mundo. Y te pasa por la mente al mirar un anciano: ¿Para qué vivir tanto si así terminará? Ahí no vale ninguna frase prefabricada de ánimo, no, el que te digan que todo pasa por un buen propósito es el chiste más cruel que te puedan contar.
Muchas personas que salen de esos centros casi que bloquean esas vivencias, es mejor ignorar aquel terrible miedo que se siente bajo una máscara de crueldad; hay quienes muchos años después aún sufren pesadillas de aquellos momentos, quizá nunca lo superarán. Es paradójico que solo un pequeño grupo tiene acceso a esos lugares en donde hay fisioterapistas, pues a pesar de lo duro de la experiencia, allí te enseñan a cuidarte; lo que pasa es que entonces el dolor del alma es muy grande. Actualmente alguien necesita de atención por ulceras o problemas relacionados a la discapacidad, al llegar a estos lugares debe esperar a que alguien se le de alta o muera para tener ingreso, claro, hay tantos en lista esperando, que muchos han muerto esperando. Si vas a instituciones privadas te hacen un “estudio sociológico” para ver si de veras eres pobre para solo “cobrarte algo simbólico”, como si cuando te piden plata en la calle tu les hicieras ese estudio; y es que para darte una atención mínima debes dar lástima.
Todos los que sobreviven a estas condiciones después de adquirir una discapacidad y se adaptan a su nueva vida, son personas de real valor, no tuvieron la plata ni el medioambiente para publicar su historia de segregación, encarcelamiento y coraje (como algunas esnob que hay), pero son valientes sobrevivientes de una invisible tortura psicológica y física.
Un artículo de Byron Pernilla