Los amigos con quienes saldría llegaron casi de improvisto; ataviado de un pants deportivo, una playera negra metalera y un par de tenis, no creí necesario cambiarme de ropa, solo halé una gorra y emprendí el viaje burocrático.
Mi transporte sería un camioncito rotulado con el nombre de una asociación no lucrativa, para evitar la problemática de bajar y subir de mi silla de ruedas, decidí viajar con todo y silla en la palangana del vehículo. La primera parada fue en una sucursal municipal, ahí chévere, las secretarias tan lindas me hicieron sentir bien, observé nuevamente como, cuando salgo casual, las personas no me tratan tan ceremoniosamente. Bueno, después de las conquistas, perdón, de los primeros trámites, nos encaminamos a la cede municipal, ahí la cosa sería diferente.
Para comenzar la rampa de ingreso es imposible para una persona con discapacidad, claro, con ayuda se puede pero ¿Por qué gastar en algo mal hecho si con lo mismo se puede hacer algo decentemente accesible? Afortunadamente mis acompañantes eran un portugués, dos norteamericanos y un chapín, entre todos no problem, pero ¿Y qué de otros?
Quien nos guió por los pasillos fue muy amable, quien me atendió en ventanilla fue igual de amable, en lo políticamente correcto. Revisando los papeles, aquel sujeto de aspecto agradable pero evidentemente novato en el trabajo, encontró un problema legal por lo que llamó al chapín que nos acompañaba, y le hizo la salvedad del problema, hasta ahí todo bien, no más que el del problema era yo.
Si, fue como raro estar frente al empleado municipal con mis documentos en mano y que este al saber de inconvenientes no se dirigiera a mí, sino a uno de mis acompañantes. En medio de la discusión, yo intentaba aclarar las inquietudes del burócrata, pero aunque mis argumentos eran coherentes y legales, no me prestaba atención y cada que explicaba algo lo hacía viendo directamente a mí amigo. Sentí la invisibilidad, rara substancia que sabe discriminar. Así como soy, logré atención y los trámites finalizaron, no sin antes provocarme una extraña sensación que hace tiempo no sentía, el fugaz momento de la impotencia.
He comprobado dos cosas. La primera es que como te ven, te tratan. No debiese ser así, pero así es, no admitir la realidad es insensato. La superficialidad es lo que el mundo entiende, pensar que la gente andará por ahí viendo a los ojos a otras personas e intentando comprenderlas, es tan real como que Santa Claus me traerá mi Iphone the nex generation.
Lo segundo es la ignorancia sobre discapacidad. Muchos creen que una silla de ruedas es sinónimo de discapacidad intelectual, es una lamentable asociación de una limitada educación. No puedo ni imaginar lo que han de experimentar aquellas personas atrapadas en cuerpos más inertes o con evidentes trastornos musculares y/o nerviosos, ha de ser un crimen a su autoestima.
Un poquito sacado de honda
Camino de vuelta, en la palangana del camión, pensé: -Lástima que la política en nuestros países es tan mezquina, intentar hacer algo en ella es alborotar el hormiguero de quienes viven de ella. Los ahí enraizados son felices avivando la mendicidad de quienes creen que dando lastima se construye dignidad. Y así, mientras los de siempre viven de la discapacidad, aquel hombre o mujer con alguna discapacidad y sin posibilidades de superar, seguirá viendo en la tele (si tiene), como los mencionados se la pasan en congresos y cocteles, “consensuando” las “estrategias” para mejorar la calidad de vida en el país de Alicia, la del cuento. –
Mis pensamientos locos intentaban darme una solución práctica, no burócrata o populista: -Basta de querer ser famoso solo porque tengo discapacidad y no morí, de ensalzar la discapacidad ante una improductiva y patética vida que celebra el ego de una mediocridad disfrazada. Si te reconocen por la discapacidad es por lástima.- Esto ultimo que pensé, sé que no es así, no es la regla, es que la molestia apelaba a ciertas imágenes: me hablaba la ofuscación.
Bajandole la espuma al chocolate
Ya tranquilo en un estacionamiento de un centro comercial, en la palangana del camioncito rotulado y mientras esperaba a mis cuates que compraban, pensé: Yo tengo la bendición de moverme en varios círculos, ya sea por trabajo o por sociabilidad, pero no todos pueden. Hay tantas cosas que colaboran en el desarrollo social de una PCD: la educación, la familia, los amigos, la fe, el destino (suerte, gracia de Dios o lo que se crea al respecto), Etc. Todo ello no es nada sin la actitud adecuada, pero incluso esa cualidad es a menudo inspirada por los anteriores conceptos. Por ello aposté por dignidad, educación y trabajo. Me pregunté si lo que yo hacia sería correcto.
De pronto, una mujer interrumpió mis divagaciones. – ¿Usted me puede dar información del voluntariado que ustedes requieren? Es que mi hijo y yo queremos ayudar. –
Ocurrió el 28 de septiembre 2015
Un artículo de Byron Pernilla
*En la fotografía, ujieres del Congreso de Guatemala me ayudan a entrar al hemiciclo.