Sabía del comunismo, no me gustaba, pero me dolía estar en un sistema que por huir del totalitarismo, toleraba tiranos crueles y déspotas. Un buen día, resultó que le subirían al valor del pasaje en bus, la USAC salió a protestar y yo era uno de los líderes del instituto, tendría unos 15 años, estudiaba en el Central para Varones en ciudad de Guatemala. Nunca me gustaron los golpes, pero siempre enfrento los conflictos de ideas.
No comulgaba ideológicamente con los sancarlinos, pero entonces me pareció injusto pagar más. Salí con mi gente, a la esquina de la 9ªav. y 8ªc., llevamos llantas a las que prendimos fuego, detuvimos el tráfico. Cada vehículo representaba al gobierno, eso llegamos a percibir; pero al ver a la policía la consigna era escapar, entonces no se negociaba, los universitarios enfrentaban a los policías y muchos no regresaban a casa; nosotros éramos muy chicos, la letra y número G2 daban pánico. Sin embargo, nuestras protestas eran apoyadas por una gran parte de la sociedad, y nosotros nos jugábamos la vida. Entonces pensaba solo en como afectaban mi mundo, ignoraba la manera en que yo afectaba, aun teniendo justa razón.
En la actualidad
El miércoles regresaba a casa luego de una difícil jornada de 10 horas de trabajo, mucho chanse para hacer en casa y un calor asfixiante, particularmente para mi pues me sube la presión y tapa mi nariz; casi a las 6 de la tarde, en pleno congestionamiento de la Av. Hincapie zona 13, los buses extraurbanos transitan contra la vía para adelantarse a quienes llevan bien su carril; ya cuando topan con los autos de frente, obligan a darles vía a quienes van correctamente, los ayudantes (copilotos) se bajan y se ponen de espaldas frente a los autos que avanzan, esto para que su bus trasgresor pase impunemente. Ver a ese patán de espalas frente a tu carro podría hacerte perder el juicio, pero un toque al pedal cambiaría al mundo de quien lo hiciera, y no vale la pena. -¿Y uno qué puede hacer?- Dijo nuestro piloto con un suspiro de resignación, al que yo respondí: -Solo pensar en otra cosa, que ya llegaremos a casa.- Y finalmente esos trasgresores de la ley se van riendo de su hazaña.
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Ese mismo miércoles unos chicos salieron a parar el tráfico en pos del cambio de autoridades de su centro educativo, esto según sus declaraciones. Pasadito el medio día, debajo de un sol inclemente, un joven conduce su auto al trabajo y se topa con la protesta. Dicen muchas cosas, que fue incitado por terceros, que otros le provocaron, lo cierto es que perdió la cabeza, pisó el acelerador, hiriendo varios estudiantes y asesinando a una chica en la flor de la vida.
Y las redes se encienden, al principio hay muchos comentarios que alaban el hecho y hasta felicitan al autor, incluso personas desde otros países. Conforme la tragedia adquiere justa dimensión, las voces que se alzan llegan a dar la perspectiva de que el culpable despertó ese día con sed de sangre, que es un asesino de niños (verdad magnificada) y merece la pena de muerte.
El espejo y la justicia
Todos hicimos algo o por lo menos pensamos hacerlo, tenemos una idea de justicia y el ideal de nuestro mundo. Nada justifica un asesinato, la justicia debe aplicarse, pero nosotros no debemos seguir siendo tontos útiles del odio. Si nos metiéramos por un momento en la cabeza de esos dos mundos protagonistas de la desgracia, veríamos sus abismales diferencias, y sus razones. ¿Somos tan puros para pedir la cabeza de uno de los dos? Da pena ver gente que se jacta de intolerante, desde el padre de familia, un trol descerebrado o hasta el presidente de una nación; también que triste que haya aprovechados que dan tintes políticos a una tragedia, claro, con perversos fines. El Estado solo será un correctivo, la educación se mama en casa. Debemos contar no hasta 10 sino hasta 100 antes de pisar el acelerador de la furia, así como buscar y exigir justicia sin odio. La tolerancia no se habla, se demuestra con amor al prójimo, hasta en la forma que nos expresamos, enseñanza para no llorar a nuestros hijos cuando se equivocan al perder la cabeza.
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Fuera las ruinas,
fuera de los restos,
no se puede cometer el mismo error otra vez.
Byron Pernilla