Las mañanas de diciembre son diferentes, los cielos son más azules, el viento más frio; recién bañado me erizo, y no sé si es por el clima, pues hay algo que me perturba mientras me visten para salir, y es que por más que tome precauciones, mi seguridad ante el Covid-19 está en manos de quienes me ayudarán durante la travesía, y nunca sé quién o cuantos lo harán
Ya en el auto, mientras colocan la silla de ruedas en el baúl, observo a una niña que entra a una tienda frente a mi casa, la chiquilla de como 11 años no lleva mascarilla, pienso en lo irresponsable de los padres, pero ese pensamiento es interrumpido cuando observo que el señor de la tienda tampoco tiene mascarilla.
Por un segundo me sentí bicho raro. El auto arranca, y bajo ese sol amarillento empiezo a ver más personas con mascarilla, aunque un buen porcentaje la usa como tapaboca olvidándose de la nariz. Con el taxista comento que muchas personas no creen en la existencia del virus, pero concluimos que se debe a que no han visto un caso cerca, aún no saben el dolor de perder a alguien querido debido a la ingrata enfermedad.
Mis pensamientos volaban mientras veía a tanta gente despreocupada. Yo sin poder moverme tomando tantas precauciones, y ellos con un cuerpo sin discapacidad, sin la gana de ponerse bien una pinche mascarilla.
Al llegar al lugar indicado llega la primera prueba, como se necesitan 2 personas para bajarme del carro, debo pedirle ayuda a algún desconocido, esto pues el taxista me toma de la espalda y el desconocido de las piernas. Durante la maniobra la careta o la mascarilla se mueven y como no puedo mover mis dedos, el taxista me la coloca de nuevo, aquí la segunda manipulación.
Después me recibe la persona que me apoyará en el edificio, un lugar de trámites burocráticos, y aunque no nos damos la mano, igual debe empujar mi silla de ruedas. Tras las diligencias, voy contento que no interactúe directamente con nadie, pero la rampa para salir del edificio es muy alta, otra persona desconocida se acerca para ayudar en mi salida, con ella si tengo mucho contacto necesario.
Llega a traerme un voluntario en su vehículo, para subir al auto, otro desconocido me brinda su ayuda, son otras 2 personas que deben abrazarme. Ya el sol calienta sabroso, de regreso aprovechamos para pasar entregando un presente navideño a una señora que vende dulces en un semáforo, ella junto a su hija, persona con parálisis cerebral, viven de dicha venta.
Al llegar no le encontramos, un vendedor de hot dog con la mascarilla en la barbilla nos dice que pueda que las localicemos en otro semáforo, unas 7 cuadras a la distancia. Logramos ubicarlas, en una acera ella está sentada, con ropas negras por el humo, pareciese agotada, tras ella está la silla de ruedas con su hija, quizá es un break tras la luz verde que impide el modesto negocio.
Al bajar la ventanilla la señora sonríe al reconocerme, le veo su amplia sonrisa pues la mascarilla la tiene en la barbilla, igual su hija. Al ver mi ridiculez de careta y mascarilla, se levanta de golpe e intenta colocarse la mascarilla, lo logra después de 3 intentos, de igual forma corre a colocar la de su hija. Les digo que debo tomar una fotografía para los donantes, y ella me dice que puede ayudarme a bajar del carro para la foto.
Le conté que un voluntario no debe salir en una fotografía de entregas de ayuda, al menos en nuestro grupo esa es nuestra norma. Mientras el voluntario toma la fotografía, interrumpe el paso de los peatones, son como 6 personas que parecen ejecutivos, el semáforo da en rojo y los autos están detenidos. Mientras les fotografían, de pronto alguien aplaude, y los demás hacen lo mismo, esto hace que algunos automovilistas toquen su bocina, alguno de ellos grita ¡bien hecho!
Pudiese pensarse que eso es lo que uno busca, el reconocimiento por “buena gente”, pero no. El voluntario regresa al auto, se sienta a mi lado, hace un gran suspiro, y mientras arranca el motor, me dice: -Si tan solo la gente se cuidara-.
Si es verdad. El egoísmo hoy puede verse latente, ser precavido con el virus no se trata de “yo como individuo”, se trata de nuestra gente amada. No es aquello “de algo tengo que morir”, ¿a cuantas personas podemos ayudar? Con poco, con una palabra de aliento, con un gesto de hermandad. No ayudamos en nada con nuestra muerte o la de un ser querido.
No nos enojemos con la gente que no usa mascarilla, nosotros nos enojamos y siempre habrá personas que no piensan en otros, y eso lo hacen pues quizá no tuvieron buenos ejemplos, además están quienes las circunstancias de la vida les dice que no puede haber nada peor que su propia vida.
Mientras nuestro corazón lata debemos tratar de ser un factor de cambio, no de aquellos que piensan que 100 me gusta son la prueba, que mil seguidores demuestran lo importante de nuestra existencia, o que una fotografía demuestra lo bueno que somos. La satisfacción es la sonrisa de quien cada día sufre indiferencia o una carga muy grande.
Cuidarnos está en nuestra responsabilidad, hasta donde nuestra movilidad y sensatez nos permita. Aunque se burlen de nosotros, ayudar al igual que cuidarnos debe ser un mensaje para otros, y si una persona sigue nuestros pasos, entonces habremos sido ese factor de cambio en la vida de alguien.
Ya en mi casa, y mientras me fumigaban para luego bañarme antes de entrar (me recordó al baño de un mi perro jeje), agradecí a Dios la oportunidad de trabajar, de poder aun mover mis torpes manos; viéndolas vino a mí la imagen de aquella niña y de cómo gritó cuando su madre le quiso quitar un caja de galletas que le habíamos dado. ¿Qué oportunidades tendrá? Mientras los unos dicen que nadie es pobre si se propone lo contrario, y otros se rasgan las vestiduras por los derechos, allá afuera hay un montón de gente sin oportunidad, ignorada, que no debe ser objeto de lástima, sino de una profunda reflexión de nuestras vidas. Nunca olvidemos que lograr oportunidades no se trata solo de ganas y actitud, está la relatividad de cada vida.
Es válido luchar por muchas causas como la igualdad, el trabajo, la equidad, Etc. pero ello no lo es todo, si usted puede ayudar a alguien en esta época hágalo, consiente soy que la necesidad no se terminará nunca, pero que esa no sea una excusa para ver a otro lado. Cuantos se lavan la conciencia como Ebenezer Scrooge al decir: “Para eso hay obras de caridad”.
Esta navidad muchos lloraremos por quienes nos arrebató esta pandemia, por aquellos que aun podían hacer mucho por otros, por quienes aún no les tocaba marcharse. Pero secándonos las lágrimas debemos continuar, como ellos lo harían, ayudando a otros.
Disfrute esta navidad, sonriamos aunque estemos tristes, la vida es hermosa si mira cuantas cosas puede hacer y otros no; aunque tenga una discapacidad, siempre habrá alguien en peores condiciones que usted. Y en medio de esto, no nos olvidemos de esa gente que sufre, y si no podemos ayudar: oremos por ellos.
Feliz Navidad
De Byron Pernilla