¿Hay algo peor que la discapacidad?

En un atardecer frente al mar, se ve una silla de ruedas y al fondo un sol amarillento con un contorno anaranjado.

La vida te lleva por caminos inesperados, a veces esos caminos tienen tramos oscuros y tormentosos, es entonces que debes sacar tu amor propio, y saber que siempre las tormentas han terminado, y muchas veces dejan un arcoíris en el camino.

Era un domingo 29 de noviembre de 2009, a 4 meses de la muerte de mi hijo, yo intentaba salir de la depresión que como mi sombra me perseguía día y noche.

Salí a desayunar fuera de casa, previo a ir a mi congregación. Aquella mañana había decidido intentarlo de nuevo, disfruté la mañana, mi silla eléctrica me daba la oportunidad de sentirme autónomo, algo que siempre agradeceré a mi gran amigo Aarón Morales allá en Los Ángeles California.

Después de mi reunión, y una cita, mi mejor amigo me acompañó al supermercado, compre algo de comida para la semana. Llegué a casa a eso de las 8:00 PM. Para entrar a mi casa había 2 puertas, la de la calle era de mental, no se le dejaba bajo llave para que al empujar la ventanilla la persona pudiera abrir la puerta; quienes me ayudaban para acostarme (unos vecinos) dejaban amarrada la segunda puerta con un lazo, la idea era que sería más fácil de entrar para ayudarme pues cerrado con llave sería peligroso.

A la mañana siguiente, aquel lunes era como tantos. Como siempre otro de mis mejores amigos me llegaba a levantar a eso de las 7:00 A. M. Había despertado muy relajado, al rato tocó la puerta mi cuate. En lo que me desamarraba (para evitar golpes por mis espasmos de piernas, las sujetaban a las barandas de la cama) yo le conversaba ya no me acuerdo qué, pero recuerdo verlo muy serio.

Me preguntó con un vejo de desconcierto: – ¿Y qué tal la compu…?-

-Pues no ha dado problema.- Respondí.

Y el sentenció – Es que no está.-

Me colocó en mi escritorio. Él debía ir a trabajar en un banco en el que aun trabaja, tenía que irse, lo hizo no sin antes dar la voz de alarma a mis vecinos y amigos. Cuando se fue, y quedé solo, fueron los minutos más extraños que he tenido en mi vida.

Extraños pues 4 meses antes habían sido los más tristes de mi vida, en ese mismo lugar me habían informado de la partida de mi niño por la leucemia. Pero esta vez era deferente, no tenía lágrimas, parecía un chiste cruel, ver mi casa vacía, el lazo de la puerta cortado con quizá cuchillos, mi escritorio otrora con poco espacio, ahora era una pila de papeles regados.

Los ladrones sabían que me había quedado solo tras la muerte de mi hijo, su botín fue 2 computadoras una impresora láser, la tele, mi equipo de sonido, todo lo electrónico posible…fueron más de Q 30.000.00 lo que se llevaron según el MP.

Luego estuvieron las lágrimas de mi fiel asistente, vecinos y la llegada de mi mejor amigo, al cual siguieron grandes amigos más. No olvidaré cómo el primero llevaba su lonchera de trabajo, y sin que me lo dijera, supe que en lugar de ir al trabajo se había desviado a mi casa al saber lo sucedido.

Aquella tarde de noviembre después de haber ido al MP, cuando caía noche en un cielo anaranjado, en la bajada de la Avenida Hincapié, las luces al pie del volcán de Pacaya parecían tristes. El taxista puso la radio y el locutor le daba la bienvenida a la época navideña haciendo sonar “Navidad sin ti”…parece cuento pero es cierto, uno de mis amigo pidió apagar el radio.

Mis pensamientos volaban. ¿Qué más podría salir mal? Muy dentro de mí hubiese querido que me hubieran matado. Llegué a saber que muchos en la cuadra de mi ncasa rumoreaban que yo debí haber sido un tipo muy malo, que “algo” había hecho para que Dios me castigara de ese modo.

Y es que un culpable debía haber. Ya en casa, me esperaban otros amigos, me entregaron una ayuda colectada ese día, fue Lubia quien me la entregó, era una cantidad que alcanzaba para comprar una computadora. Oramos, en aquel instante me derrumbé, saboreaba el fondo de mi vida.

Aquella noche me costó dormir. Hoy lo sé, entonces no lo entendí. Cuatro amigos se quedaron a dormir junto a mi cama, en el piso. Lo jocoso fue que uno de ellos nunca soltó un bate de béisbol durante toda la noche. Oyendo sus ronquidos, pensé en lo bendecida que era mi vida, yo un don nadie solo y con discapacidad, tener la fortuna de haber encontrado amigos.

Llegué a la conclusión que no había nada peor para mí en esta vida como la muerte de mi hijo, que nada podría hacerme sentir culpable de lo que no he hecho. Que era un comienzo otra vez, que Dios quizá me escuchó y el comienzo era de cero. Que aquel domingo lindo que había tenido, no era raro, que iba a tener muchos más si no me dejaba vencer por esos ladrones, que podrían llevarse todo pero no mi felicidad.

En una vereda de tierra con vegetación alrededor, un amigo empuja la silla de ruedas de Byron Pernilla, atrás de ellos 2 mujeres los siguen.

Con mis amigos gustamos de salir de paseo.

De los ladrones casi nunca hablé, no les deseé nada, es que entonces me centraba más en mi mala suerte. Solo recuerdo que eran cacos gachos (corrientes), intentaron sacar la refrigeradora, pero no pudieron. La noche siguiente al robo quise jamón del que había comprado el domingo, o sorpresa no estaba. Entonces si me dio el ataque, la cosa era personal…¡Todo menos mi jamón tipo americano!…jajaja.

Hace ya más de 10 años que se entraron a mi casa y barrieron con todas mis cosas de valor material, el trabajo de más de 15 años con discapacidad. La discapacidad es una condición que me dolió aceptar, pero se convirtió en mi compañera de viaje, la muerte de mi hijo destruyó lo que la discapacidad no pudo, pero me enseñó que era lo único que no podía cambiar, el robo fue mi nuevo comienzo, el detonador para salir de la oscuridad, lo contrario de lo que pudo pensarse. Descubrí que soy muy rico, que puedo estar solo, pero sentirme arropado por amigos. Que Dios no me ha castigado, es que sabe que necesito, como y cuando. Y es que, siempre que llovió, paró.

Un artículo de Byron Pernilla

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