El precio de la vida independiente

Conversaba con un amigo sobre el caso de una persona con discapacidad, no diré cual, que no ha logrado superarse y se deprimía mucho, sintiéndose sola. Yo le planteaba que la referida persona no quería trabajar, que se lo había propuesto, pero siempre decía algún pretexto, y pues el no hacer nada, a veces se volvía costumbre y veíamos las consecuencias.

Mi interlocutor refería que a esta persona no le apoyaban en su familia, que era muy raro ver las ocasiones en el que algún familiar iba con ella, incluso, a alguna cita médica. Otro problema era que su vida social era limitada, que no tenía amigos. Mi cuate me dijo que a veces las personas no tienen motivación en su vida.

La conversación fue larga, gracias a las colas de la Sat, pero me dejó mucho. Yo tuve un padre que me amó, no fue de aquellos que abrazan o se conmueven, era de aquellos inexpresivos ante las desgracias, pero yo sabía de su gran bondad y lo que me quería aunque no me lo dijera. ¿Y cómo lo sabía? Verlo trabajar sin descanso y el que nunca me faltó un pan me bastaba. A parte del trabajo me brindó la seguridad en mí, desde chico me dijo que a los clientes se les veía a los ojos, que uno les servía, pero no éramos sus sirvientes, que les respetará puesto que éramos iguales.

Cuando me accidenté y me fue a dejar a un hospicio, no lo hizo por no quererme, es que ya no podía atenderme. La idea de él y lo que me había enseñado creo que me ayudó a soportar los primeros días de soledad que tuve en aquel lugar. Y al comenzar mi rehabilitación mental, comencé a ser simplemente el mismo. Siempre que he deseado algo, siempre pienso en su valor, lo que tengo que hacer para lograrlo: el trabajo. Si quería una vida, con todas sus penas y alegrías, un costo debía tener, acepté; pero tuve un ejemplo y varios motivos.

Años más adelante volví a quedar solo. El día que robaron mi casa y acababa de perder a mi hijo fue fatal, ver mi casa vacía, sin mis cosas ni mi chico sí que fue lo más doloroso que recuerdo de entonces. Mi casa estaba llena de amigos pero yo estaba solo, al menos eso sentía. Llevaba 2 años de haber entrado a la Iglesia de Cristo, la mayoría de amigos a mi alrededor eran de la congregación. Esos chicos casi que se mudaron a mi casa, las noches al principio eran eternas de sufrimiento. Pero poco a poco empecé a ver su cariño hacia mí, me di cuenta de su sacrificio y me habían enseñado a pagar, debía agradecer haciéndoles saber que su siembra tendría fruto.

Cuando les dije que ya podría solo, no lo hice por creerlo, es que su amistad valía y yo debía pagar ese costo. El trabajo de ellos fue bueno, en los momentos que estando solo reflexionaba sobre el silencio de mi casa, sabía que había un Dios, que un motivo debía haber tras aquel tortuoso momento, que no estaba solo pues creía en él, y eso lo veía a través de aquellos a los que llamaba amigos. Y aunque pasaba 12 horas sin ver a nadie, de 8 de la noche a 8 de la mañana, no volví a sentirme solo.

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La valentía muchas veces es consecuencia del apoyo

La valentía no es desamor

Por todo lo anterior es un poco jalado aquello de algunos “motivadores” con discapacidad sobre que si ellos pudieron “solos” por qué no podrán los demás. Las circunstancias de todos son distintas, y aunque pudiera eso explicar el fracaso de muchas vidas, tampoco es una excusa para dejarse caer.

Los familiares de personas con discapacidad física deben saber que ninguna rehabilitación en los mejores centros del mundo superará su amor; que el otro extremo es la sobreprotección, tan fatal como el desamor. Que todo tiene un precio en esta vida, por más que muchos lo nieguen, por lo que hay que  hacer algo productivo para que la vida continúe ante su ausencia algún día. Y que no hay nada mejor que el ejemplo, pues eso es lo que uno se lleva a la tumba.

Es tonto pensar que cómo debe ser independiente, “qué mire cómo sale”. Las personas reaccionan diferente ante una emoción, podría sentirse motivada (pero debe saber que le aman), podría sentir enojo o podría sentirse sola. La primera conciencia y sensibilidad es en casa y circulo cercano. La sociedad es aún más cruel.

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Muchas personas con discapacidad física son emprendedoras

Cada cual crea su historia

En cuanto a las PCD, creo que es difícil ponerse en la silla de ruedas de otro pues todos somos distintos, pero hay una realidad ineludible para todos, y es que  vivimos en un mudo material, que la vida no trata de gente bondadosa dando limosna para quienes son necesitados o personas desmotivadas pagando charlatanerías. Que aunque un estilo de vida permita solo depender de los padres, la vida  te lo recordará en momentos dolorosos.

Vida independiente no trata de pertenecer a un grupo que se llame por el estilo; aunque también es mentira lo de “sin límites” yo nunca logré comunicarme con Scarlett Johansson…jaja. La vida independiente tiene un precio alto para quienes no nacimos en la opulencia, pero se logra con empeño en nuestros talentos, no escribiendo frases de motivación que no reflejan nuestra vida.

Lo que a mí me inspiró puede ser irrelevante en otras vidas, pero siempre habrá algo que lo merezca, y necesitará trabajarlo. Claro que hay límites, el secreto es explotar aquel talento que no pueden limitarte, aquello que pueda ser productivo. Hay limitaciones de muchos con la vida independiente, por eso antes de la arrogancia de decirlo, hay que agradecer a quienes nos apoyan.

También hay un ingrediente producto de las vivencias e influye para bien o para mal: la actitud. Por más motivación o recursos al alcance, si la persona no quiere, nada lo podrá ayudar. Aceptado que hay un precio, teniendo motivo y actitud, aún existe otro costo a pagar, quizá de los precios más altos al principio para no sentirse dependiente: soledad; pero hay algo que la mitiga y da fuerza, es la fe en Dios.

De Byron Pernilla

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