Besos de película

En una s ala de cine una pareja s e besa, atrás el simbolo de discapacidad

Después de conocer a mi amiga inseparable, o sea mi silla de ruedas, unos amigos me invitaron a ver una película. Las cosas habían cambiado un poco, ahora había entradas VIP y yo llevaba butaca incorporada, cosa muchas veces imprevista por la arquitectura de esos lugares.

Aquella primera vez pedí me ubicaran a media sala, pero una amable trabajadora del lugar me invitó a irme hasta la primera fila, pues la gente tropezaría conmigo en la oscuridad y no digamos si hubiese una emergencia. Lo hice pues era buena explicación, aunque después acostado en mi casa me preguntaba si ante una emergencia yo tendría el mismo chanse de escapar

Cuidandonos

Desde entonces ya no iba al cine, me resultaba desagradable ver tan cerca, casi que mareante; pero también aprendí que en muchos lugares públicos creen que esa es la mejor ubicación para personas con discapacidad. La realidad es que es feo, y lo aceptamos pues no hay opciones. Afortunadamente actualmente ya hay salas con butacas movibles para ubicación de PCD aunque el costo de una entrada bien te paga 2 meses de Netflix.

Mi peor película

Unos años después me aventuré a ir de nuevo, esto porque una chica me lo pidió. Pero ir al cine en pareja, usando los dos silla de ruedas, si fue horrible.

Las dos sillas tapaban totalmente el paso, y ver una película sintiéndote un estorbo no es agradable, inhibe cosas tan simples como extender el brazo sobre ella, no digamos besarle siendo el foco de atención. Fue tan terrible que debimos salirnos a mitad de la película.

Aquí la opinión de una colega:

Mi mejor película

Hace no mucho fui al cine con una chica muy especial en mi vida. ¡Órale! Iba en mi silla eléctrica y el cine era totalmente inaccesible. Yo soy pato (cobarde) para andar exigiendo cosas, es como miedo al ridículo, por lo que suelo dejar las cosas por la paz. Como esta vez mi acompañante no usaba silla de ruedas, le dije que se sentara en primera fila y yo me estacionaria (jaja) junto a ella.

Al hacerlo, quedé lejos de ella pues las butacas estaban como en una tarima que las elevaba aún más que otras. A la chica no le pareció, y me dijo: -Ahora vuelvo.- Quedé desconcertado. ¿Sería capaz de pedir que nos regresaran el dinero de las entradas?

De pronto apareció con dos trabajadores del lugar y me dicen: ¿Le gustaría sentarse en los sillones? Al fondo de la sala no había butacas, eran sillones para dos o tres personas. Les dije que yo no podía pasarme al asiento por lo alto de mi discapacidad, a lo que me respondieron que ya sabían y me ayudaría.

El empeño que pusieron en hacerlo me lo llevo en mis mejores recuerdos. Y es que cargarme por primera vez es muy difícil, más en espacios reducidos, soy un enjambre de espasmos, algo así como un costal de papas pesado y que se mueve mucho, pero los chicos lo hicieron cual enfermeros o voluntarios abnegados, uno de ellos terminó de rodillas sobre el respaldo del sillón sudando a más no poder.

Una vez cómodo, se llevaron mi silla de la sala. Ahí quedé sentado, como hacía tanto tiempo no me sentía tan bien, viendo a la altura que todos veían, cobijando en mis torpes brazos a una belleza y no americana, sino mía. La pantalla pasó a segundo plano, el mejor guion estaba destinado a desarrollarse en aquel sillón, y para qué describir lo que hicimos…si basta con decir que ni me acuerdo de la película.

De Byron Pernilla

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