En publicaciones sobre personas con discapacidad física en situaciones cariñosas, o de bodas, suele haber comentarios hirientes. Muchos califican estas situaciones de fantasiosas, de mentiras o que solo a personas con suerte ocurre, incluso hay PCD que critican esas publicaciones.
El mundo superficial
Alguna vez escribí que una colega me había dicho con una mueca de resignación: “Quien me va querer así, quizá alguien como yo.” Comprendo que una mayoría de hombres son atraídos por lo visual, es innegable, y qué por ello las chicas con discapacidad podrían tener más dificultades. Pero no es una ley o regla infranqueable.
Dicen que uno habla de acuerdo a cómo le va en la feria. Yo siempre tuve problemas para conquistar a una chica, bueno, es que a veces elevamos el estándar de lo que buscamos. Creo que tuve suerte a pesar de todo y “en donde puse la mirada puse la bala” aunque ello no me libró, más de una vez, de haber perdido en ese ingrato juego de la vida en pareja. Por las circunstancias, fui de los que pensé que dos personas con discapacidad tendrían mucha dificultad al ser pareja, pero conocí a alguien con discapacidad, me enamoré y me fue como en feria…jaja fatal; más nada que ver por la condición, simples tontas decisiones.
Siempre ha sido fundamental la forma en que los demás te perciben, esa imagen que habla de ti. Hoy día las redes sociales se usan para ese fin, y entonces vemos personas, cómo las comentadas en la entrada anterior, que sin pudor pretender atraer a sus iguales, esto mientras muchas otras solo critican lo que para ellos es mentira. Y es que una fotografía puede decir mucho o mentir mucho, al igual un comentario puede decir que hay en el corazón de su autor.
El mundo real
Parte de sentirte realizado es tener pareja, pero no lo es todo. Hay quienes me han criticado, dicen que lo digo al respecto se debe a que tuve parejas y otros no, pero francamente nunca idealicé a una chica como la solución de mi vida. Creo que me obsesioné con ser independiente, con llevar una vida convencional y sabía que para eso necesitaba recursos, plata, sin eso no podría ser ni la mitad de lo que Dios me permitió ser.
Pero quería ganarme la vida como toda persona honesta, sin andar alegando por todo, o aún peor, por dar lástima. Vivir con tetraplejia completamente solo fue un reto que me llevó a comprender que todo lo debía pagar: cómo mi levantada por la mañana, mi desayuno y hasta porque alguien me dejará con llave por las noches. Tenía muchas cosas por las que preocuparme, y en medio de esto sostuve memorables romances, sin ser mí objetivo y consiente estoy que no soy agraciado.
Uno se enamora del proyecto de vida de alguien, a donde va y más aún, qué hace. Y entonces me cuestionan: se necesitan estudios, pero: ¿Cuántos con títulos universitarios no hacen nada? También se necesita dinero: eso quita lo feo pero no lo inútil. Y si me considero muy feo: podemos ser bellos de una manera diferente, una gran ayuda es hacer algo productivo.
Las publicaciones de PCD en entornos amorosos no es algo fantasioso, y aunque hay modelos que no necesariamente representan una situación real, son miles las parejas en las que una de ellas tiene discapacidad o las dos. Se debe visualizar esto para desmitificar toda esa sarta de mentiras que crean discriminación y prejuicio. El mudo debe enterarse que el amor de una PCD no debe darle solo ternura al espectador, la idea es acostumbrarlos a ver esto como algo que no es extraordinario.
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Y mientras la sociedad en general debe aprender lo anterior, las PCD debemos saber que muy pocas personas nos amaran por nuestra belleza, que es efímera si en dado caso la hay; siendo más importante especializarnos en aquello que es nuestro fuerte, en lo que podemos producir: pulir ese talento que se nos concedió.
El amor está presente en la fe, en esa persona a quien importas más allá de la carne, es algo que lamentablemente no conocen muchas personas con o sin discapacidad. Yo no sé si mis días terminen con o sin pareja, yo le pido a Dios morir haciendo eso que me gusta mucho y me da para hacer menos difícil la vida de otros: mi trabajo.
De Byron Pernilla