Un capirucho, un yoyo o un trompo (balero) son juguetes prehistóricos para los niños de hoy, la tecnología los invita a la enajenación, hoy la inocencia es casi un mito.
Esta semana falleció un famoso luchador en mi país, igual fue el Día del Niño, y vino a mi memoria un artículo que escribí para otro blog ya extinto, y que luego ha sido reproducido por otros especializados en el tema. Es una historia que describe mi gran afición e inocencia por un deporte que casi siempre observé en las piernas o sobre los hombros de mi padre. Ya lo había publicado acá, pero al cambiar de formato del blog se borró, fue escrito con seudónimo, por lo que quienes lo leyeron sabrán quien soy:
Lucha Libre, un grato recuerdo de una época diferente
Era domingo otra vez en la vida de una familia de clase media, de la edad no tengo noción completa, pero sí (una vez terminado el almuerzo) de las carreras de toda la familia por prepararse y salir lo más temprano posible para encontrarse con su diversión dominical.
Corría la época sicodélica de los setentas, los que contábamos con una madre joven podíamos disfrutar de esos colores chillantes en sus pequeñas faldas ajustadas a sus caderas y que dejaban al descubiertito coquetamente las rodillas; además de ser testigos del como lucían en nuestros padres esos pantalones acampanados bien planchados.
La noche anterior me había costado conciliar el sueño, atrevidamente había logrado ver la “lica” del Santo que el canal 11 había exhibido, película que con una mezcla de ciencia ficción y fantasía (con unos efectos especiales que hoy hacen reír a mi hijo) me habían hecho sentir terror, he inflar mi ansiedad por ver a mis héroes el domingo por la tarde. Recuerdo siempre ir con prisa al espectáculo, haciendo una parada obligatoria frente al Banco de Guatemala, pues a mi hermana más pequeña le encantaba ver los pecaditos de colores que se encontraban en las fuentes de la plaza de ese edificio.
Hoy día pocos saben de la existencia de la lucha libre, hubo una época que era la entretención nacional en #Guatemala pic.twitter.com/kEUKrPjGP1
— Byron Pernilla (@leon_guate) October 5, 2019
La precipitada carrera hacia el gimnasio Teodoro Palacios Flores tenía su fundamento en el hecho de que, si no se empezaba a las dos de la tarde la cola (que casi siempre le daban la vuelta al gimnasio), uno quedaría sin buen lugar y lo peor a merced de los revendedores de entradas. Pero había otra opción si no se conseguían boletos, y era irse a las arenas que ya ganaban prestigio como “La Arena La Florida”.
Seria quizá la inocencia de la sociedad, no existía la televisión por cable e internet sería ciencia ficción; y es que siempre ha habido violencia en las ciudades pero en esa época el subirse a un bus no significaba pensar paranoicamente en un asalto y quizás en tu muerte. Pero de que este espectáculo era una entretención nacional, verdaderamente lo era. José Azarri, El Alacrán, Leonel Rivas, Rayo Chapín; vivían su mejor momento junto a los luchadores extranjeros como Dorel Dixon, Coloso Cooseti y los mejicanos que venían, incluso, a filmar películas. Los recuerdos más gratos de estos gladiadores chapines me los da El Rayo Chapín.
La pasión con que se vivía este espectáculo era tal, que recuerdo que en el clímax de un combate había personas del público que saltaban al cuadrilátero y se liaban a golpes con los actores de la lucha. Recuerdo a una señora que al no estar de acuerdo con el referí gritaba: “Arbitro cara de mi #$%” y mi madre me decía: “no le pongas atención a esa señora shuca”. Cierta vez el luchador mexicano El Medico Asesino llamó en una entrevista, “piojosos” a los guatemaltecos, por lo que el presidente en turno lo expulso del país; se podrá notar entonces la connotación que tenía este espectáculo en aquel momento.
Se debió quizá, a que la guerra fría estaba en su apogeo y al recrudecimiento del conflicto armado interno, pero la Lucha Libre fue una válvula de escape para aquella sociedad que aun pretendía ser inocente, en medio de las aberraciones ideológicas que la ensangrentaban.
Pero despertó, no sé bien porqué, quizá se cansó de ver morir a sus hijos en una guerra fratricida, enarbolando banderas extranjeras; pero casi estoy seguro que un factor determinante fue el terremoto del 76, que de golpe nos hizo ver a los capitalinos la realidad de una sociedad con tantas necesidades, y poco a poco nuestros padres se empezaron a distanciar de la lucha libre. Aunque dejamos de asistir al gimnasio, yo mantuve mi colección de la Revista Lucha y finalmente tuve edad suficiente para asistir solo al Gimnasio Teodoro Palacios Flores.
El Adiós
Cuando a mediados de los 80´s volví a asistir a las luchas, las cosas habían cambiado, el señor Edgar Echeverría (luchador y empresario) tenía ahora el control de la empresa de lucha y aunque brindaron memorables funciones su concepto de lucha libre lo encaminaba más a la caricatura de lucha que manejaban los argentinos con su “Titanes en el Ring” que a la escuela de glamour de los mejicanos, que tanto habíamos disfrutado años atrás. Sin embargo, creo personajes inolvidables para niños y adolescentes habidos de héroes y acostumbrados a eliminaciones mundialistas en el fútbol.
Al parecer, según entendí, cierto monopolio y la imposibilidad de un grupo de luchadores por acceder a la empresa que regía en el Gimnasio T. P. F. dio lugar a que un empresario del trasporte se involucrara en dicho espectáculo, la competencia era buena pero desigual, por el dinero que el transportista manejaba. La ambición por desbancar a señor Echeverría del gimnasio dio lugar a una campaña de desprestigio contra él, del que la lucha libre guatemalteca nunca se recuperó. Recuerdo el día que arrojaron a la empresa de Edgar de la Revista Lucha (editada por El Grafico), fue una edición casi sin palabras solo con fotos, como si las fotos fueran las pruebas del triunfo de otro empresario.
Entonces comenzó otra época, Promociones Reyes Alonso hizo resurgir a viejas glorias del pancracio, pero creó solo un ídolo el Astro de Oro, que al probar fortuna en México y no conseguirla como se imaginaba, regreso dedicándose a la política deportiva. La lucha quedo sin ídolo y en agonía, pues el empresario otrora impetuoso ya no le importaba el juguete.
Recuerdo la última vez que fui a ver lucha libre, fue un lugar que había sido cine, casi frente al Estadio del Ejército, sus butacas lucían casi desiertas con un ring que parecía sucio y unos actores que lo que menos tenían eran músculos. Fui porque la entrada era benéfica, solo soporte un combate y al dirigirme a la salida noté que ahí se encontraba el señor Echeverría, me cerque y le di una palmada en la espala que el contesto con una sonrisa para luego seguir conversando con la persona con la que se encontraba, él no lo sabía, pero era mi despedida del espectáculo que había marcado de ilusión mi niñez y casi mi adolescencia.
Un par de años después Echeverría intento regresar con su espectáculo, pero la mentalidad había cambiado. Los chicos estaban influenciados por el marketing de la WWF y eran seducidos por ese espectáculo con tintes de telenovela; si, la mentalidad infantil ha cambiado, la inocencia casi ha sido desterrada de sus mentes y a los adultos nos da vergüenza que nos llamen ilusos. Por lo anterior el retorno no cuajó.
No es mi afán comentar si esto es deporte o no, ya que esto es harina de otro costal. Con nostalgia he dado un vistazo a los números empolvados de la Revista Lucha que aún me quedan, es quizá una mirada a esa inocencia casi mágica con la que se cubrió la niñez de aquellos años.
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Gimnasio Teodoro Palacios Flores época de oro de la Lucha Libre.
Un artículo de Byron Pernilla
Originalmente escrito 15 de julio 2008
Edgar Echevería falleció 10 de diciembre 2013
Rayo Chapín falleció 4 de octubre 2019